15 marzo 2024
A veces.
11 marzo 2024
Me da igual
07 marzo 2024
Chalecos acolchados.
24 febrero 2024
Cosas que no son cosas.
Tiene miedo a ponerse de pie, al ruido de los coches al pasar, a las tapas de alcantarillado que suenan al pisarlas y pánico a salir del ascensor. No le gusta que le enreden en la ropa, que le toquen las orejas ni le quiten la gorra. Se quiere cargar al pianista cada vez que le escucha, le aburre caminar entre pasillos, se cabrea y sólo busca un lugar donde sentarse.
Le encantan las mandarinas, las galletitas y las pastas de té. Cada día disfruta del primer chocolate de su vida, los bombones son tornillos, persigue con la vista lo que quiere, cualquier cosa le encanta, a nada hace ascos y todo lo saborea en su máxima intensidad.
Siempre está tranquilo, siempre a gusto y "feliz", se frota en círculo las manos antes de aplaudir cinco veces en vertical mientras silba. No tiene filtro y de vez en cuando suelta por su boca alguna barbaridad que a los diez segundos ha olvidado, que niega haber pronunciado mientras arranca sonrisas a su alrededor.
Nunca fue tan cándido y entrañable, algo bueno tenía que tener esta hija de puta de enfermedad, a aquel hombre de carácter, recio y recto hoy le encantan los niños a los que en su vida se fijó, trata a todo el mundo con una mirada tan cariñosa que inspira ternura y hace de su dependencia un arma de devoción ajena. Su presencia proyecta un sentimiento de amor auténtico, puro y verdadero, de cosas que no son cosas.
22 enero 2024
La caja de Julián.
20 enero 2024
Malos sueños
Hay días que me levanto muy cansado, cansadísimo. Me agotan, no llegan a ser pesadillas pero si sueños muy desagradables que se repiten con demasiada frecuencia.
Me despiertan alertado, con una sensación de sobresalto, vértigo y lágrimas en los ojos, entonces, bebo agua e ilusamente intento de reprogramarme diciéndome a mí mismo que tengo que soñar con otra cosa, que tengo que cambiar de tercio y seguir durmiendo, pero es que no es un sueño, es una vivencia que llevo pegada a mí desde hace muchísimos años y de vez en cuando, me da la noche para restarme paz.
Una mañana de hace mucho tiempo, nos avisaron de que mi abuela ya estaba muy mal y deberíamos ir para allá cuanto antes. Doscientos kilómetros no separaban de su casa.
Salimos en el Ford Fiesta de mi padre inmediatamente los cuatro. Era verano pero no hacía calor, era un trece de Agosto, un día silenciado, separado de los demás, raro, un día hecho a la medida para morir. No nos dio tiempo a llegar, entrando por la puerta de casa falleció, aún estaba calentita aunque yo no quise verla, no me atreví, mi tía Victoria me dijo que se había muerto con mi nombre en la boca, llamándome.
Tenía dieciocho años, era el mayor con diferencia de sus nietos y mi unión con ella era muy especial, única. Aquello no fue un mal sueño, fue verdad. Ha pasado mucho tiempo pero las repeticiones de aquello en mis malos sueños son demasiado frecuentes, aquella experiencia está adherida al alma, no se va, está ahí para putear entre mis recuerdos de ella, de su mandil a cuadros, pañuelo en la manga de su jersey, sus besos de metralleta y su risa contagiosa, ahí está el puto sueño, fiel al sufrimiento casi olvidado y que de vez en cuando se empeña en joderme la noche y robarme el día.
19 enero 2024
Mi paz.
14 enero 2024
La manta de cuadros.
Le encanta enredar con los flecos de la manta de cuadros que cubre sus piernas, la que dobla y dobla una y otra vez enseñando como se hace a quién lo quiera aprender. Quien le quiera mirar.
No le gusta que le quiten la gorra por sorpresa, incluso se enfada con toda la razón. Tiene mucho miedo a bajar en el ascensor, se agarra con pánico a la barandilla mientras chilla enfadado ordenando que pare. No le gusta que pasen coches por la calle, ni que estén todos aparcados, ni que haya tantos coches. No le gustan los coches y tiene razón.
Cada día está más encorvado y le gusta menos caminar, lo hace siempre indicando dónde se quiere sentar. Tiene un gorro impermeable con visera y orejeras de forro muy suave, de los que usábamos de niños para ir al cole. Una bufanda muy larga que le rodea el cuello tapándole la boca, la nariz y hasta casi los ojos.
Mientras caminamos te coge la mano con fuerza y murmulla sin parar, habla de cualquier cosa, de lo primero que se le ocurre, de lo último que te esperas y siempre con razón.
Tiene en el bolso de la silla un libro con fotos de animales que abre como le da la gana, a lo ancho o al revés, boca arriba o boca abajo. Da lo mismo. Acaricia su borde mientras entra en cualquier conversación que tengamos con frases inconexas y que nada tienen que ver, pero siempre con razón. Vive en un mundo en que sólo él existe, a su manera, en la felicidad inconsciente de quién está sobrado de mimos, besos y caricias.
Todos los días tiene visita y compañía, absolutamente todos los días y sin faltar uno sólo, está sentado sobre su silla de ruedas, tranquilo y silbando, mirando al vacío penetrante del silencio interior hasta que de vez en cuando, una de cada cien, a la pregunta de "¿Papá, quién soy?" te contesta, "anda coño, pues mi hijo, ¡¡quién vas a ser"!!! Y tiene razón. Entonces, ese segundo de lucidez, ese instante de verdad es el momento valioso por inesperado, el que todos queremos vivir, el que me humedece la vida y enrojece los ojos, el momento esperado, el periquete de vida en el que me mira fijamente antes de seguir silbando, antes de volver a su silencio, a mirar los animales de su libro al revés, a enredar entre los flecos y doblar una y otra vez la manta de cuadros que cubre sus piernas.
Sigue hablando a todo lo que alrededor se hable, y siempre con razón, mi padre siempre tiene razón. Aunque la haya perdido.
11 enero 2024
Los poderes ocultos de mi mujer.
05 enero 2024
Tarde de Reyes.
Esta historia la conocen mi familia, los amigos más cercanos y por supuesto los participantes. Por aquella época y durante bastantes ediciones, en mi barrio celebrábamos un belén viviente bastante importante y con cierta excelencia organizativa, era toda una representación teatral de calle al que asistía muchísimo público, con escenario, narración, música y un montaje muy trabajoso en la que participaban un gran número de vecinos, no menos de cien personas entre personajes y montadores de todo aquella historia.
En una ocasión, al finalizar la representación se acercó a nosotros un cura muy peculiar. Era popularmente conocido como "Sandalio", tampoco es muy difícil adivinar el porqué del apodo, nunca usaba otro calzado.
Entre sus actividades estaba la asistencia espiritual o como se llame su servicio en la Residencia de Ancianos de Cueto, un gran centro asistencial para mayores muy cerquita de la capital, y nos ofreció la posibilidad de que nuestros tres Reyes Magos se presentaran en su Residencia con sus disfraces y toda la parafernalia el día 5 por la tarde para hacer un reparto de regalos a los residentes. Él se encargaría de solicitar a sus familiares que depositaran previamente en el Centro cualquier cosa y prepararlo todo. Por supuesto dijimos que si. Faltaba más.
Pues nada, que el día en cuestión allí nos presentamos. Entre pitos y flautas fuimos unas diez personas y a mí me tocó de Rey Melchor y recuerdo que de Baltasar hizo el bueno de José Zamanillo (QEPD).
Aquel salón donde celebramos la entrega debía de ser el comedor dadas sus dimensiones, habían preparado un atril y concentrado a un montón de abuelitos, unos expectantes y otros medio dormidos, el caso es que el cura iba diciendo el nombre de cada residente en la etiqueta adherida a cada envoltorio y nosotros nos desplazábamos hasta donde estaba para darle su regalito y decirle cuatro palabras cariñosas.
Una y no más Santo Tomás. De los más de 200 personas residentes y asistentes en aquel salón, tuvieron frasco de colonia o similar no más de 30, cuando pasábamos entre ellos más de uno, con lágrimas en los ojos nos dijo que no quería ningún regalo, que sólo quería que le visitara alguno de sus hijos.
Aquello fue durísimo, aquella sensación de abandono, aquella soledad y tristeza como interna compañía, aquella absoluta falta de humanidad y cariño para con aquellos abuelitos por parte de sus familiares me revolvió el alma, me dolió especialmente y me prometí a mi mismo que jamás volvería a vestirme de Rey Mago y volver a hacerlo, y lo cumplí. Aquello me hizo pensar mucho y sentir demasiado.
Aquella tarde de Reyes fue durísima, fue tan dura que habrán pasado más de veinte años y jamás podré olvidarla. Imposible.